Entré en aquella escalera como el que comienza un viaje.
En el primer piso el señor Manolo me sonrió con su dentadura postiza mientras su nieto aporreaba la puerta con el cazo pringado de Maicena .
En el redaño un gato jugueteaba con el ficus de la Manuela, señora entradita en años que ceñía al delantal sus carnes más que aparentes.
La luz vestía el segundo y la música huía de una de las viviendas en donde aún no sabemos quién vive.
Silencio perpetuo en el tercero; las canas mantenían a sus habitantes refugiados en sus hogares. Aparentemente quedaban apenas treinta escalones, tan tranquillizadores como el Preludio de la siesta de un fauno.
Un estruendo como del séptimo de caballería se me echaba encima. Anonadada me eché escaleras abajo a la velocidad del rayo temiendo que aquella estampida fuera a derribarme.
Y entonces cuando apenas me quedaban los dos últimos escalones para llegar de nuevo al portal, observé como aparecía la mujer de la entreplanta y después su maromo, negro y fornido. Empapados en sudor, muertos de risa y como recién salidos de un naufragio desaparecieron tras su puerta. Y lo que más lamento es que tendré que volver a subir al cuarto piso.
Cuando recordamos nos tejemos un sueño que traemos al presente para los momentos de necesidad, para sobrevivir a la incertidumbre de estar vivo y no saber por qué. Aun así me estremece el pensar que esto es tan pasajero como el pasado, tan irreal como los recuerdos.
La buscas en mí y nunca fui yo. Se escapó buscando que otras lenguas la envenenasen, Otras que no fueran las tuyas. Ni te vio porque no existías. El dinosaurio en tus ojos día a día. La impertinencia de ser yo la que te recuerdo que no existe.Y busco explicaciones de por qué quieres que me corte el pelo, que vista de rojo o que sustituya los calcetines por medias de seda. Y me encuentro pintándome la cara sin lavarme los dientes y saliendo de casa con el moño que me hice para la ducha. El paisaje se enturbia con la lluvia Las amapolas pierden su color bajo la nieve.El viajero deja su libro en el vagón esperando encontrarlo cuando vuelva. A lo lejos se ve una cereza en el horizonte.Creo que todos soñamos en nuestros ratos libres. Un beso entre páginas, un café con nube, qué guapa estás recién levantada, me gusta tu piel cuando anochece. Y si lo soñamos es que ocurrió en nuestra historia porque será que recordamos; cuando aun no existíamos como dos y éramos uno buscando al otro, soñando lo que sería el otro cuando estuviera con nuestro uno. Quédate quieta. Tu espalda tiene la serenidad y dulzura de mis campos.Porque entonces soñar no era dormir. Tus ojos enojados, la furia de mis tormentas.Y a veces pienso que eso es la vida y no otra cosa.
Suena el silencio de tu bocacomo un recuerdo inusitadoque habita la nuca de mi nombre.Mientras, en la calma de mis manospestañea tu aleteo a deshora,contra la luz del tiempo y su fuga,sueño, pájaro de la noche,en el bosque hundido de las nievesy en el brotar continuo de ramajes.¡Qué gravita bajo el párpado resbaladizo,bajo los oscuros capiteles de la memoria!E igual que por la noche, la mañanaen la distancia del canto,el antes y el después se balancean.Tras los labios serenos del humoy la piel encarcelada del tiempo,cantas, ave nocturna.Gimes igual que por la noche,en la mañana.
Pájaro del sueño que vuelas conmigo.